El misterio sobre la identidad de Jack el Destripador ha cautivado durante 113 años a miles de criminólogos y aficionados a la lectura de sucesos. Cada año aparecen dos o tres libros supuestamente definitivos cuyo autor promete haber descubierto, al fin, al auténtico culpable. La lista de sospechosos es cada vez más larga, e incluye, entre muchos otros, a un miembro de la familia real británica, al médico de la reina Victoria, a un joven abogado, a un empresario de Liverpool, a un judío psicótico y a un pintor impresionista.
La escritora Patricia Cornwell, célebre por sus novelas de misterio, se ha convertido en la última víctima de la fiebre del Destripador. Cornwell ha invertido cuatro millones de dólares y meses de trabajo en una investigación en la que por primera vez se utilizan comparaciones de ADN, con un resultado que, según ella, no deja dudas: ‘Estoy absolutamente convencida de que Walter Richard Sickert cometió esa serie de crímenes’, afirma. Sickert tenía 28 años y era uno de los más prestigiosos pintores británicos en 1888, cuando cinco prostitutas fueron asesinadas y mutiladas en el barrio londinense de Whitechapel.
Cornwell topó con el misterio de Whitechapel por casualidad. Durante un viaje a Londres, una amiga le presentó a un alto responsable de Scotland Yard experto en el Destripador. Cautivada por el relato del policía, la escritora decidió profundizar en el asunto para utilizarlo en una de sus novelas policiales. Pero, poco a poco, Cornwell fue consumida por la fiebre del misterio y se lanzó de lleno en persecución de Sickert, el sospechoso que le pareció más verosímil.
Compró 30 pinturas de Sickert, algunas por más de 70.000 dólares, y una mesa del artista, para desmenuzarlas en busca de pruebas; utilizó forenses para analizar posibles rastros de ADN en la correspondencia que la policía victoriana recibió de personas que decían ser el Destripador, y contactó con los familiares vivos del pintor.
Walter Sickert era un pintor con gusto por lo macabro. Se interesó mucho por los crímenes de Whitechapel y años después realizó una serie de cuadros basados en la imagen de un hombre vestido junto a una mujer desnuda, a veces viva, a veces muerta, que evocaba al Destripador. Su carácter de rasgos psicopáticos encajaba también con el perfil psicológico del asesino. Para disponer de pruebas definitivas, Patricia Cornwell rastreó las cartas atribuidas al Destripador en busca de restos de ADN.
La escritora compró 30 cuadros del pintor y utilizó forenses para buscar posibles rastros de ADN
Tras varios fracasos, la escritora consiguió casar el ADN contenido en el adhesivo de uno de los sobres con el que conservaba una carta remitida por una de las tres esposas de Sickert. El forense que realizó los análisis consideró que se trataba de una casualidad, ya que sólo había podido aislar unos pocos eslabones de la cadena cromosomática y no parecía probable que el pintor lamiera las cartas de su mujer. No disponía, además, de ninguna muestra del ADN de Sickert, incinerado tras su muerte, en 1942. Además, es muy probable que el asesino no escribiera nunca a la policía. La carta más célebre, la primera firmada como ‘Jack the Ripper’ (Jack el Destripador), fue escrita con seguridad por el periodista Tom Bulling, deseoso de dar publicidad al caso en el que trabajaba.
Pero Cornwell se dio por satisfecha. En su libro Jack el Destripador. Retrato de un asesino. Caso cerrado, de reciente aparición en EE UU y Reino Unido, asegura que Walter Sickert y Jack el Destripador fueron la misma persona.
Sickert es un sospechoso veterano. La temática de sus cuadros y su conocido interés por el caso de Whitechapel hicieron recelar ya a algunos de sus contemporáneos. En 1973, un tal Joseph Sickert, que decía ser hijo ilegítimo del pintor, anunció que por razones familiares sabía que los asesinatos habían formado parte de una conspiración masónica, cuyo único objetivo era el de callar para siempre a Mary Jane Nelly (la última víctima), porque había sido testigo de la boda secreta entre el heredero de la corona británica y una católica de extracción humilde. En 1978, el presunto hijo ilegítimo reconoció que toda su historia era falsa. En 1990, poco antes de morir, se retractó de la retractación y afirmó que Walter Sickert era el auténtico asesino.
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